viernes, 1 de septiembre de 2023

Søren Kierkegaard, la «parábola del payaso» y el fin del mundo [fragmento].

Cuando descubrí a Søren Kierkegaard era un muchacho de preparatoria ignorante de filosofía, pero con muchas preguntas que no había podido responder por otros canales —y mi propensión a las jaquecas y la sensibilidad a la luz tampoco eran de ayuda—.

Leí todos los libros suyos que había en la biblioteca —que tampoco eran tantos— y, entre ellos, encontré una alegoría que se quedó marcada como una cicatriz en mi memoria. Un relato de la desesperación y la ansiedad, de la conciencia y de cada momento de no saber, de la angustia como era a mediados del siglo XIX y como es ahora, la así llamada «parábola del payaso», que es como sigue:

«Una vez sucedió que en un teatro se declaró un incendio entre bastidores. El payaso salió al proscenio para dar la noticia al público. Pero éste creyó que se trataba de un chiste y aplaudió con ganas. El payaso repitió la noticia y los aplausos eran aún más jubilosos. Así creo yo que perecerá el mundo, en medio del júbilo general del respetable, que pensará que se trata de un chiste».

Dije que este párrafo me hizo pensar en la conciencia y en cada momento de no saber, eso es inexacto, ahora entiendo que se trata más bien de cada momento de no querer saber o de no querer aceptar que hay cosas que necesitan cambiar:

En aquel entonces (por allá del 2011), me negaba a aceptar mis problemas nasales; hasta que me armé de valor y consulté a un médico, luego de años de congestiones y propensión a la gripa; me hicieron estudios (básicamente, un enfermero insertó en mi nariz un cotonete del largo de un antebrazo para extraer muestras de mi garganta) y supe por fin que tenía una leve reacción alérgica a la contaminación del aire. Algo de medicina y dos semanas después estaba como nuevo. Me había negado sistemáticamente a reconocer que tenía un problema, como el público que escucha al payaso, me aferraba a la idea de que se trataba tan sólo de un chiste.

Creo que a todos llega a pasarnos algo así, en lo individual y en lo colectivo: aceptar pasivamente que existe la corrupción y que tanto da que paguemos la mordida al policía en el gran esquema de las cosas, que el cambio climático es inevitable y los ricos indolentes; que los productores de café explotados y [casi] esclavizados por Starbucks son asunto de alguien más, lo mismo que los refugiados climáticos y los niños de las minas de litio. (Cf. «Se aproxima una tormenta»). Problemas todos que son del dominio público, pero nos negamos a aceptar, que preferimos obviar o no ver, de los que preferimos no saber.

Es cierto, un sólo individuo no puede salvar al mundo, no podemos resolver todos los problemas nosotros solos. Pero aceptar los problemas que se viven es el primer paso para comenzar a sanar, no podemos curarnos la diarrea si no admitimos que tenemos diarrea en primer lugar y buscamos a un médico. 

También es cierto que dejarnos arrastrar por la indolencia nos convierte en espectadores pasivos de nuestra propia vida, en personajes secundarios de nuestra existencia, donde las cosas ocurren y da igual lo que suceda; nos convertimos en los respetables que aplauden mientras el theatrum mundi se incendia, tratando de convencernos de que se trata de un chiste.

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SØREN KIERKEGAARD. (2010 [1843]). «Diapsálmata», § 54, en Obras completas. (1.ª ed.). (pp. 111–112). Madrid, España: Editorial Gredos.

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