jueves, 12 de enero de 2023

Las «Meditaciones» de Marco Aurelio y por qué las guardo debajo de la almohada.

〈Esta entrada tiene sólo la intención de compartir la experiencia de quien escribe con la obra citada y el estoicismo en general como filosofía, no se pretende aleccionar a nadie. Si el tema despierta el interés de alguien, v.: «Estoicismo: un antídoto contra la insatisfacción»〉.

Tenía veintitrés años cuando encontré mi ejemplar de las «Meditaciones» —a veces publicado también como «Soliloquios»— en una pequeña librería del centro de la ciudad. Fue el título lo que llamó mi atención: la palabra 'meditación' tiene algo de profundo y espiritual pero me animé a comprarlo porque la sinopsis en la contraportada: nada más y nada menos que el diario personal de uno de los más recordados emperadores de Roma: Marco Aurelio Antonino Augusto.

Leí el libro sin mucha atención a los detalles, rescatando, por acá y por allá, algunos pasajes interesantes, tratando de aprehender el mensaje de fondo que el emperador trataba de mantener presente en su memoria. Confieso, sin embargo, que en realidad (en esa primera lectura) no entendí nada. El estilo lacónico y el trasfondo de una filosofía que no conocía me confundieron. Pero su contundencia es hipnótica, el libro es pródigo de máximas breves y específicas, de directrices conductuales simples, v. gr.:

«De hoy en adelante no te molestes en debatir cómo debería ser un hombre justo; sé tú uno y bastará» (10, XV).

Y es que Marco Aurelio fue un importantísimo exponente de la filosofía estoica, y este diario, estas meditaciones, giran en torno a las cosas que el autor consideraba fundamentales en la vida y que, por eso mismo, escribió para recordarlas siempre. Para el estoicismo (escuela filosófica fundada por Zenón de Citio en el s. III a. C.) la verdadera felicidad consiste en alcanzar la paz interior, la imperturbabilidad del alma, desprendiéndonos de todo lo que enturbia nuestra tranquilidad.   Hay cosas que dependen de nosotros: lo que pensamos, lo que sentimos, el cumplimiento de nuestro deber, lo que decidimos hacer; y cosas que no: las acciones y pensamientos de los otros, el clima, la enfermedad física, la muerte; y no tiene sentido desgastarnos en intentar controlar las cosas que escapan a nuestra influencia, porque esto conduce a la agitación y la infelicidad. Reconocer esta verdad fundamental es la base del estoicismo. Una idea fascinante, de aire místico; me pareció conocimiento prohibido, velado para la gran mayoría, accesible sólo a unos cuantos; era lógico que yo no pudiera entenderlo, porque no era un iniciado; pero además me pareció una idea lejana, extraña, propia de otros tiempos y circunstancias. Leí el libro y me pareció encantador, pero no le presté mayor atención.

Sin embargo, más de un año después de haberlo comprado, decidí darle una nueva revisión, volver a ojearlo en mis ratos libres y meditarlo con mayor cuidado. Como todos, no estaba en un buen momento de la vida: los gobiernos del mundo declaraban estado de emergencia y los hospitales se veían superados por la demanda debido a la incipiente pandemia que nos golpeaba. Encerrado en casa y tratando de despejar mi cabeza de los hechos terribles que vivíamos, me decidí a (ahora sí) comprender lo que Marco Aurelio quería decir.

Grande fue mi sorpresa cuando descubrí que muchas de las normas prácticas de la obra aplicaban también a mi vida, dos mil años después, en contextos diametralmente opuestos: un emperador de Roma y exitoso estratega militar y un veinteañero enclenque y sin trabajo. Marco vivió a principios de la era cristiana, en un mundo muy distinto del que vivimos ahora. Sus palabras son directas y precisas: acepta las cosas que suceden, cambia lo que puedes cambiar, cumple con tu deber, busca la serenidad. ¡Tan sencillo y tan complicado! Una respuesta concreta, simple aunque no simplista, para hacer frente a la crisis y jamás hubiera pensado en algo así por mí mismo.

Seguí y seguí leyendo, tomando notas, buscando información adicional, informándome más sobre quién fue Marco Aurelio y qué demonios es el estoicismo. Entonces mi sorpresa creció más al descubrir lo rico que es este mundo: los libros escritos por estoicos hace miles de años se siguen publicando: Marco Aurelio, Epicteto, Lucio Anneo Séneca; pero además hay estoicos modernos, con Massimo Pigliucci a la cabeza, decenas de canales de YouTube sobre el tema y grupos de Facebook y Telegram.

Una cascada de información me cayó encima y me fascinó el eje directriz de esta filosofía: amar la vida tal cual es, sin pretensiones ni quimeras. Después de las «Meditaciones» leí a Séneca, el «Manual» de Epicteto; algunas reflexiones de Benjamin Franklin y resúmenes de la obra de Cicerón y de Epicuro —gran rival de la stoa—.

Muchas cosas de este sistema me parecieron fascinantes, también razonables, aplicables al día a día. Me resolví a honrar estos preceptos, a aplicarlos a mi vida cotidiana —porque si algo distingue a esta escuela filosófica de las otras es su sentido práctico—, convencido de que de esta forma podría mejorar mi calidad de vida.

No sé si logré [lograré] esto último, lo que sí puedo decir es que gracias a Marco Aurelio y todo lo que he leído gracias a él, especialmente a Séneca; he podido profundizar mi conocimiento de mí mismo y reconvenirme sobre cómo mejorar mis relaciones con los demás y conducirme en el trabajo, enfrentar los pequeños retos de todos los días.

〈Sin embargo, no soy estoico, ni llegaré nunca a serlo, porque no creo en el Hado ni en sus designios; porque sostengo que la movilización colectiva tiene repercusiones políticas positivas que la movilización individual no tiene. Entiendo, por otro lado, que una lectura crítica y cuidadosa de cualquier filosofía es necesaria, que no tengo que estar de acuerdo en todo con las vacas sagradas del pensamiento; definitivamente rescato la utilidad de leer a los estoicos, el pragmatismo de sus recomendaciones y la efectividad de su enfoque sobre la vida para afrontar la modernidad〉.

J. Luis Borges imaginaba a Alejandro de Macedonia durmiendo con su espada y La Ilíada bajo la almohada, cosas ambas que consideraba esenciales para la vida, que debía tener siempre a la mano; es por ello que guardo mi ejemplar de las Meditaciones bajo la almohada, donde puedo tenerlo al alcance en las madrugadas en que la tristeza o el desasosiego me impiden dormir, a la hora del amanecer cuando no me quiero levantar, por las noches, cuando me concentro en despejar mi mente; porque en el curso de estos pocos años y a pesar de todo su filosofía ha terminado por ser parte de mi esencia. Así como la psicoterapia me ha auxiliado muchas veces —y siempre será lo más recomendable buscar ayuda profesional cuando no estamos bien—, así como he recibido el apoyo de mi familia y mis amigos, he encontrado mucha tranquilidad en esta obra.

§

Mientras escribía este fragmento me vino una imagen nítida, como una fotografía o una pintura del Renacimiento: pensé en Marco Aurelio de pie en el vestíbulo de su residencia oficial, en el corazón mismo de Roma, mirando por el balcón el devenir de la ciudad eterna. Los rayos del sol le caen sobre la cara y se sabe bendecido por los designios del Hado y por los dioses. Es el emperador, todo cuanto acontece en Europa le concierne, todo está bajo su supervisión y su cuidado; ha sido enviado por Júpiter mismo para ser el vínculo entre lo mortal y lo divino (que así se veía al emperador en la antigua religión romana). Los ciudadanos de Roma, sus ciervos, se ven pequeños como hormigas andando entre las calles empedradas de la ciudad, incluso los imponentes edificios, el coliseo, parecen al alcance de su mano, casi podría tomarlos con la punta de los dedos como si fuesen piezas en una maqueta. Mira hacia el horizonte y se sabe dueño de todo; pero entonces se inclina sobre el pergamino de su diario y escribe: «Todas las cosas siempre están cambiando. Incluso tú mismo te encuentras en continua mutación y algún día morirás».


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MARCO AURELIO. (2017 [c. 170 d. C.]). Meditaciones. 1.ª ed. México: Editores Mexicanos Unidos.

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