domingo, 13 de agosto de 2023

Los domingos de agosto.

Esta entrada viene con una recomendación musical, para escuchar mientras se mira caer la brisa veraniega: «Turiya & Ramakrishna», de Alice Coltrane〉.

Las tardes finales del verano, con la brisa y el aire caliente que revolotea sobre las ciudades, son perfectas para sentarse a ver el desfile del mundo.

El domingo, para la mayoría el día de descanso por excelencia (el día de lavar la ropa, de salir a comer a casa de la abuela, de pasear en pareja, de los días de campo), tiene cierta carga ominosa: la del lunes que se acerca. Los domingos de agosto son calurosos y se cubren de la sombra de la probable tormenta eléctrica. 

Mucha gente disgusta del final del verano, de estos días de agosto lentos y agotadores, que marcan el final de la estación cálida del principio del año y el comienzo de los últimos y fríos meses del invierno. En los trópicos, por supuesto, el otoño dura poco y los colores ocre son escasos, en su lugar tenemos los sempiternos bosques de pinos y los árboles que dan flores rojas y amarillas;

Sim embargo, desde este humilde espacio, sostenemos que los domingos —o cualquiera que sea el día de descanso— de agosto, lluviosos y acalorados, son la ocasión perfecta para recostarse a ver el desfile del mundo que se despliega delante de nosotros. La ocasión perfecta para preparar té helado o ponerle hielos al café y tirarse en cama y ver por la ventana como la lluvia cae, para sentarse frente a la puerta y contemplar los colores de la vegetación: 

Bailan las mariposas y las rosas y los hibiscos en flor se balancean con las corrientes de aire tibio. Los grillos saltan de un lado al otro. Las nubes se pasean bajas, con sus vientres planos, casi como si ellas también sintieran el calor  de la temporada y se contagiaran de nuestra pereza. Atrás de las nubes, por supuesto, está el cielo azul. Los niños están de vacaciones y pasan las tardes jugando, puede escuchárseles en las calles o vociferando adentro de sus casas (y, aunque ya no es tan común, saltan en los charcos cuando la lluvia pasa).

Ningún momento como agosto para leer los libros de Stephen King (con sus pequeños pueblos boscosos, rebosantes de mosquitos, cerveza fría y niños juguetones), para escuchar a Miles Davis o a Alice Coltrane, para las películas de Federico Fellini; para la sobremesa con amigos en alguna pequeña terraza con limonada y helado. En el aire fresco y el sonido de la lluvia a lo lejos hay espacio para reflexionar con calma, para una copa de vino y para reírse con fuerza, para el tibio roce de la piel.

Sobre la terrible ola de calor que vivimos y otros estragos del cambio climático y como nos acercamos a la hora cero ya hemos hablado, cf. «Se aproxima una tormenta».

Hay, todavía, mucho que me gustaría añadir en defensa del final del verano y de las tardes de agosto, pero mi café está listo y la tarde se me escabulle de las manos como agua; me voy a sentar bajo el dintel, a ver el avance de las nubes cargadas de lluvia.

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