〈Nota personal al margen de la 5.ª escena del acto V de «Macbeth», de William Shakespeare〉.
Ahora bien, esta obra pone de nervios a cualquiera, porque transcurre en medio de esos páramos brumosos cubiertos de sangre o en los oscuros pasillos de un castillo medieval o en el interior de una cueva habitada por brujas.
Pero además, en esos parajes se mueren los buenos y los malos, los niños graciosos y las mujeres inocentes, los hombres con aspiraciones políticas y los soldados que sólo quieren volver a ver a sus familias; todos lloran con amargura. Siempre me he imaginado que [William] Shakespeare escribió Macbeth para ser representado al aire libre durante las noches, con todas las luces apagadas y un par de antorchas iluminando sólo los rostros de los actores.
Es difícil precisar el momento exacto en que la vida de los Macbeth se va al carajo; entre las pesadillas, los fantasmas, los largos soliloquios y las razones perdidas que los consumen no tan lentamente, cualquiera diría que en realidad siempre estuvieron un poco locos y muy condenados. Pero si ese fuera el caso, entonces toda la historia no sería más que un despropósito.
Sin embargo, yo creo que esta historia sí tiene una raison d'être y es, de hecho, el último soliloquio de Macbeth. Es ahí, en el momento más crítico de su lucha por el poder, cuando los soldados han abandonado sus armas, la reina se ha muerto —dejándolo para que sufra la culpa y el castigo sin ningún apoyo— y todos se alejan para dejar que se consuma solo; que el enloquecido rey Macbeth tiene un último momento de lucidez, una epifanía, que le permite entender que tal vez apostó al caballo equivocado, que todo puede reescribirse y que no se puede obligar a las profecías a suceder.
Entonces el abatido monarca se pone reflexivo y metafísico al darse cuenta —contra todo su orgullo— de que la cagó, mientras dice más o menos lo siguiente (dependiendo de la traducción):
[...] El mañana y el mañana y el mañana, se arrastran con su paso mezquino, de día en día, hasta que el tiempo cuenta su sílaba postrera. Todos nuestros ayeres alumbraron a los locos la senda polvorienta de la muerte. ¡Llama fugaz, extínguete! La vida es sólo una errabunda sombra; un pobre actor que se pavonea y se angustia sobre el escenario su hora, y después nadie lo escucha más. Es un cuento que un idiota nos cuenta, lleno de ruido y furia que no significa nada [...].
En unas cuantas líneas, Macbeth lamenta su confianza ciega en las profecías de las brujas y en la debilidad de sus enemigos. Pero además, en apenas unas pocas palabras —que yo me tatuaría para no olvidar la lección que nos dan—, lamenta su desmedida fe en el hado: «mañana y mañana y mañana».
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WILLIAM SHAKESPEARE. (2018 [ca. 1606]). Macbeth. 1.ª ed. México: Mirlo Ediciones.



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