jueves, 19 de agosto de 2021

«Mañana y mañana y mañana».

Nota personal al margen de la 5.ª escena del acto V de «Macbeth», de William Shakespeare.

Fotograma de la adaptación cinematográfica de 2015.

Si tuviera que escoger una frase para tatuarme en el antebrazo, sin dudarlo escogería esta: «mañana y mañana y mañana» (tomorrow and tomorrow and tomorrow), que forma parte del famoso último soliloquio de Macbeth, ya en la recta final de la obra, cuando los fantasmas recorren el castillo para sentarse a comer, las dagas vuelan, los sonámbulos tienen pesadillas, los bosques caminan y la niebla de las highlands escocesas lo cubre todo, ofuscando la vista de los actores y la del espectador. Las tres brujas han prometido a Macbeth que él será el rey, y han cumplido. O, acaso, Macbeth ha matado al sueño, y al rey Duncan, para que la profecía se cumpla; demasiado confiado en que el destino en una cosa sólida y tangible, que no puede cambiarse y que le promete grandes glorias, si tiene el coraje para buscarlas; «falta sólo que tenses tu valor y no fracasaremos», le dice la siniestra Lady Macbeth.

Y en su ambición —porque si de algo se trata esta obra es de la desmedida ambición de sus esposos protagonistas—, Lord y Lady Macbeth han arrasado con todos a su paso y en el camino se han manchado las manos con sangre que no puede lavarse. Al final, sin embargo, han triunfado y su futuro está asegurado y, lo que es más, ningún hombre nacido de mujer puede detenerlos. ¿O no?

Ahora bien, esta obra pone de nervios a cualquiera, porque transcurre en medio de esos páramos brumosos cubiertos de sangre o en los oscuros pasillos de un castillo medieval o en el interior de una cueva habitada por brujas.

Pero además, en esos parajes se mueren los buenos y los malos, los niños graciosos y las mujeres inocentes, los hombres con aspiraciones políticas y los soldados que sólo quieren volver a ver a sus familias; todos lloran con amargura. Siempre me he imaginado que [William] Shakespeare escribió Macbeth para ser representado al aire libre durante las noches, con todas las luces apagadas y un par de antorchas iluminando sólo los rostros de los actores. 

Es difícil precisar el momento exacto en que la vida de los Macbeth se va al carajo; entre las pesadillas, los fantasmas, los largos soliloquios y las razones perdidas que los consumen no tan lentamente, cualquiera diría que en realidad siempre estuvieron un poco locos y muy condenados. Pero si ese fuera el caso, entonces toda la historia no sería más que un despropósito.

Sin embargo, yo creo que esta historia sí tiene una raison d'être y es, de hecho, el último soliloquio de Macbeth. Es ahí, en el momento más crítico de su lucha por el poder, cuando los soldados han abandonado sus armas, la reina se ha muerto —dejándolo para que sufra la culpa y el castigo sin ningún apoyo— y todos se alejan para dejar que se consuma solo; que el enloquecido rey Macbeth tiene un último momento de lucidez, una epifanía, que le permite entender que tal vez apostó al caballo equivocado, que todo puede reescribirse y que no se puede obligar a las profecías a suceder.

Entonces el abatido monarca se pone reflexivo y metafísico al darse cuenta —contra todo su orgullo— de que la cagó, mientras dice más o menos lo siguiente (dependiendo de la traducción):

[...] El mañana y el mañana y el mañana, se arrastran con su paso mezquino, de día en día, hasta que el tiempo cuenta su sílaba postrera. Todos nuestros ayeres alumbraron a los locos la senda polvorienta de la muerte. ¡Llama fugaz, extínguete! La vida es sólo una errabunda sombra; un pobre actor que se pavonea y se angustia sobre el escenario su hora, y después nadie lo escucha más. Es un cuento que un idiota nos cuenta, lleno de ruido y furia que no significa nada [...].

El legendario Orson Welles como Macbeth.

En ese discurso, que nadie oye porque el nuevo rey ha sido abandonado, está contenida toda la poesía que Shakespeare quiere transmitir: que nos demos cuenta de que esperar que todo salga bien por arte de magia no funciona; que el destino no está escrito y que son nuestros actos los que lo van forjando. Que no podemos pretender que los científicos solucionen el cambio climático sin tener que cambiar nuestros hábitos de consumo, que no podemos desear que las guerras se terminen sin tener que educar a nuestros hijos para la paz, que no podemos anhelar que haya amor en el mundo sin nosotros amar al prójimo. Porque pretender todas estas cosas es como pretender vivir sin tener que morirse. O peor aún, creer, como nuestro desgraciado protagonista, que nuestras acciones no tienen consecuencias.

En unas cuantas líneas, Macbeth lamenta su confianza ciega en las profecías de las brujas y en la debilidad de sus enemigos. Pero además, en apenas unas pocas palabras —que yo me tatuaría para no olvidar la lección que nos dan—, lamenta su desmedida fe en el hado: «mañana y mañana y mañana».

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WILLIAM SHAKESPEARE. (2018 [ca. 1606]). Macbeth. 1.ª ed. México: Mirlo Ediciones.

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