miércoles, 21 de diciembre de 2022

Reflexiones en torno al solsticio de invierno.

Mucho se ha dicho y escrito sobre la influencia que tiene el invierno en nuestras vidas: que si las horas de luz reducidas afectan nuestro ciclo de sueño, que la influenza, la gripa, la cuesta de enero, el consumismo, dormir con los pies fríos, darse un baño por las mañanas. Generalmente, se destaca el aspecto negativo del invierno: la oscuridad y el frío; y se destaca la celebración más representativa de los tiempos que vivimos: la navidad: la comida, los regalos, la nieve [ajá], la convivencia en familia;

Y todo esto comienza el 21 de diciembre, el día del solsticio de invierno en el hemisferio norte —en el sur comienza el verano—. «Solsticio» proviene del latín y significa 'sol quieto'. En el verano, el solsticio es el día más largo del año (por lo que el sol parece quedarse quieto en lo alto del cielo), mientras que en el invierno se trata del día más corto del año, de la noche más larga.

Tradicionalmente, el solsticio es indicador indiscutido de la llegada del invierno, de una época difícil para los pueblos antiguos: la muerte de la vegetación, la escasez de comida, las enfermedades. Como ya hemos dicho, cosas que seguimos asociando con esta estación.

Pero los antiguos entendían también que el invierno era una parte fundamental del ciclo de la vida: para que las nuevas flores crezcan es necesario que las anteriores se sequen. Los antiguos sabían que el invierno era un sueño, un momento de recogimiento y silencio, donde la tierra se fortalece de nuevo para volver renovada al acaecer la primavera.

Recordemos, además, que nuestro mundo se encuentra en un ciclo de glaciaciones sucesivas —si el cambio climático no arruina eso—, la última terminó hace relativamente poco, por lo que durante la mayor parte de la historia de la humanidad los inviernos eran en realidad mucho más fríos y devastadores de lo que son ahora.

Así pues, el tiempo de bregar la tierra y trabajar de sol a sol era la primavera; mientras que el otoño era el tiempo de cultivar y almacenar los granos. El invierno, era tiempo de descanso y silencio: de reducir al mínimo las actividades, ahorrar energía y concentrarse en sobreponerse a las duras condiciones climáticas. Los antiguos entendieron que durante el invierno debían reponer sus fuerzas, rezar, convivir, sentarse al rededor del fuego para contar cuentos de fantasmas,   y no mucho más. El solsticio era el momento de celebrar otro año logrado, de celebrar a la vida y el esfuerzo, de ofrecer regalos como símbolos de bonanza y buenos deseos. (De ahí, se dice, que en muchos pueblos las grandes fiestas se reservaran para esta época del año, v. gr.: la Saturnalia en Roma, antecesora de nuestra Navidad). Sociedades completas lo entendían así.

Si bien es cierto que hasta el día de hoy seguimos asociando esta época con la convivencia en familia, la religión y los obsequios, desde este humilde espacio, nos inclinamos a creer que nos hemos olvidado de lo más importante: descansar y reponer fuerzas; guardar silencio, contactar con nosotros mismos, escucharnos y permitirnos sentirnos plenos.

Hay momentos para salir de fiesta y emborracharse, momentos para saltar a la alberca desnudos, para bailar hasta el amanecer o cenar en una terraza. Así también, hay momentos para escuchar el latido de nuestro corazón.

Desde este espacio somos defensores de la hibernación humana: ningún momento como el invierno para quedarse en casa y dormir y comer, para concentrarnos en nosotros y sentir el calor del hogar, de la familia y los amigos; de la cama y el té tibio. Más allá de las fiestas, de la cena de Nochebuena o la celebración del Año Nuevo, es necesario que haya un momento en nuestro año que podamos dedicar simple y llanamente a comer y dormir (a leer y contar cuentos de fantasmas con la familia); porque nuestra especie lo ha hecho durante toda su existencia y, nos atrevemos a decir, lo necesita para sentirse repuesta, para salir a la carga al tren de la vida de nuevo. (Y nadie debería trabajar sin descanso en esta estación).

Aún si no nos gusta el invierno (incluso si no nos gusta la Navidad) no podemos echar en saco roto todo lo que esta época representa; no es sólo el frío, la enfermedad o la oscuridad, como tampoco son sólo los regalos o la cena. En lugar de eso, es un buen momento para cerrar los ojos sentir la tierra bajo los pies. Como dicen los neopaganos:

Que te quedes lo suficientemente quieto como para escuchar los pequeños ruidos que hace la Tierra al prepararse para el largo sueño del invierno, para que tú mismo puedas calmarte y estar profundamente arraigado en tu interior.

Feliz solsticio a todos. 

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