Que cada uno barra delante de su puerta
y todo el mundo estará limpio.
—J. W. Goethe.
El ciclo de algunos de estos quehaceres es más corto que el de otros: regamos las plantas más seguido de lo que cambiamos las cortinas de la habitación. Podemos posponer lavar la ropa más de lo que podemos postergar hacer la comida. A menos que el piso esté de verdad muy sucio, siempre podemos no barrer y decir que sí lo hicimos. Lavamos los platos todos los días, varias veces por jornada, en realidad, tanto así que se vuelve absurda e insultante la cantidad de trastos sucios que aparecen en el fregadero: acaso se reproducen por mitosis o la buhardilla está infestada de chaneques.
〈Casi siempre omitimos tanto como sea posible sacudir los libreros y las baratijas; pero no podemos hacer eso con la limpieza del baño〉.
Mantener limpio el frente de una casa es siempre demandante: quitar el polvo y las basurillas, la hierba que se rebela contra el concreto creciendo entre las grietas; pero el auto de Google Maps puede pasar por nuestra calle en cualquier momento y entonces cualquier persona [con acceso a internet] podría ver el exterior de nuestra casa sucio.
Y ante semejante panorama sólo podemos desarrollar cierta afición por algunas de estas tareas: muchas personas disfrutan de pasar el tiempo regando las plantas, hablando con las flores, disfrutando el olor de la tierra mojada; otros gustan de barrer el patio mientras maduran otros designios, o lavan los platos mientras calculan el presupuesto de la semana siguiente. Algunos encuentran cierto sosiego, alguna especie de calma, en sacudir los muebles o lavar la ropa;
Es, claro está, la calma y el sosiego que produce la rutina. Vi⁊.: la libertad de divagar, de cantar y bailar; la seguridad de tener algo en qué ocuparse. Una tarea, por muy tediosa que resulte, que precisa nuestra dedicación y tiempo, quizá, una tarea que sólo nosotros podemos atender.
Hacer la limpieza tiene su propio símbolo indiscutible: la escoba, nada nos habla de la higiene casera tanto como el desvencijado cepillo de una escoba mediana; y también tiene su propio imaginario: los guantes de látex de colores chillones, el paliacate amarrado a la cabeza, el limpiavidrios azul, el mechudo percudido, las jergas y trapos de todos colores y tamaños, las botellas llenas de productos químicos. Sin embargo, el mundo de la limpieza es ante todo olfativo: aunque no podemos describirlo, todos sabemos qué es el «olor a limpio» y en qué forma es diferente del «olor a guardado» que tampoco podemos describir. Los olores del cloro, del jabón haciendo espuma, del limpiapisos, del ácido muriático para el baño, del encerado para muebles de madera, son aromas que podemos recordar fácilmente, que tenemos incrustados en alguna parte del cerebro. Estos olores son volátiles en el ambiente, duran apenas unos minutos, pero persisten en la memoria, se quedan en los recuerdos junto al olor de las rosas y del perfume que usa la persona que nos gusta, nos habla de un ambiente que, por considerarlo higiénico, consideramos agradable.


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