sábado, 6 de agosto de 2022

A través de una ventana.

〈Advertencia: esta entrada no promueve ni recomienda espiar a los vecinos; instamos a respetar siempre la privacidad de los demás〉.

Un edificio sin ventanas es como un cráneo sin cuencas oculares; no podemos concebir la existencia de moles de piedra y concreto sin más aperturas que una puerta, acaso con unas pocas honrosas excepciones: teatros, cines, cárceles, silos. Cualquier otra construcción se nos antoja asfixiante y privada de vida si carece de aperturas. Algunas personas prefieren mantener los cristales cerrados o cubrir las ventanas (por sensibilidad a la luz o al frío), pero también estas personas buscarán una habitación ventanas, así sea para cerrarlas.

Las ventanas permiten la entrada de la luz y del aire pero también la salida de la vista: nos permiten apreciar el paisaje, a las personas que pasan, las nubes, la lluvia cayendo sobre el cristal. Por las mañanas sentimos el amanecer a través del cristal; el zumbido del viento en las noches de otoño. ¿Quién no ha visto el claro de luna colarse por entre las cortinas una noche oscura?

A veces, una ventana puede ser un boquete en la pared, a penas un rectángulo abierto en el muro, enmarcado en un cristal; otras, se corona de arabescos y gruesos alféizares; se esconde con cortinas y persianas (cf. «Las cortinas resplandecen») e incluso detrás de postigos y celosías.

A través de una ventana también quedamos expuestos a las miradas que entran. Nadie se sentiría cómodo durmiendo la siesta en el sillón con la persiana descorrida; ni hablar de ser el anfitrión de una fiesta o caminar desnudo con las luces encendidas;

A través de una ventana es posible ver la cotidianeidad: la forma más pura y reservada de intimidad: las familias que se congregan a cenar en el comedor un fin de semana, los desvelados que miran la televisión en ropa interior, los niños desperdigando sus juguetes por el piso, los adolescentes que languidecen con pereza sobre sus camas, las ancianas que rezan. A los gatos que asoman la cabeza. Los amantes que se abrazan.

En cualquier ciudad uno puede recorrer las calles alzando a mirada, fijándose en la textura de los edificios, el paso de las nubes y los miles de ojos que se despliegan entre las casas: las ventanas de las oficinas y las recámaras, que pueden vernos y a través de las que podemos ver; el espectáculo de la vida diaria que se desarrolla delante de nosotros y del que formamos parte. 

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