domingo, 19 de junio de 2022

Quemarse las pestañas.

〈Esta entrada viene acompañada de una recomendación musical: «A long lost silence», de la banda There's a Light〉.

En ciertas circunstancias pasarse la noche con la nariz metida entre los libros o con las manos encadenadas al teclado de la computadora se hace obligatorio. V. gr.: en las escuelas cuando los exámenes se acercan o hemos pospuesto demasiado el trabajo final, en los empleos cuando la Auditoría del Estado decide que es buen momento para revisar los ingresos y las utilidades. Y aunque estos son buenos ejemplos, están muy lejos de ser los únicos. Es cierto que el caso de los estudiantes es el más estereotípico, pero cualquier funcionario público puede contar historias de jornadas de trabajo que se extienden a la noche y a la madrugada, aunque, eso sí, sin el pago de horas extras.

Las noches que pasamos en vela por culpa de la escuela o el trabajo tienen un sabor diferente al de las noches de insomnio simple y llano (cf. «La noche en vela»); y producen una sensación diametralmente opuesta a la de pasarse la noche de fiesta con los amigos o en la boda del primo Juan.

Y nos atrevemos a decir que todos vivimos una de estas noches al menos una vez en la vida, en la que el deber nos obliga a quedarnos despiertos mucho después de que los caballos y los perros regresan a sus cubiles. Tan es así que hemos inventado un nombre para ello, «quemarse las pestañas», porque desvelarse leyendo produce irritación en los ojos que sí podríamos describir como una quemadura; distinta de la sensación arenosa que produce desvelarse viajando o en un funeral o desempeñándose como velador. El ambiente y el contexto en general también son diferentes: para estudiar o trabajar delante de la pantalla, requerimos un calma, algo de silencio, cierto orden y muy específica iluminación; para alargar una jornada hasta la medianoche necesitamos de eso que, con mucha poesía, llamamos un estado de ánimo, una disposición de nuestro espíritu que se ve obligado a encontrar calma en medio del estrés o las presiones de la vida diaria.

El silencio de la noche [acaso] enfatiza ese ánimo de calma forzada, de música que vibra en nuestras cabezas mientras escuchamos el eco de los perro que le ladran a la luna, los pasos lejanos de alguno que regresa a casa a una hora tardía; de los autos, taxis y patrullas que recorren la ciudad. De la anómala sensación de estar fuera de lugar, de estar haciendo algo que no deberíamos estar haciendo; en efecto deberíamos estar dormidos, soñando con tardes de verano y nubes de cristal; no sentados en el escritorio bebiendo energizantes.

Por supuesto que preferiríamos estar ocupados a las tres de la tarde y no a las dos de mañana —y, personalmente, prefiero estar ocupado a las cuatro de la tarde y no a las siete de la mañana—. En el aire fresco de la madrugada flota el sueño de los vecinos, casi podemos sentir sobre la piel la tranquilidad con la que la mayoría se ocupa de roncar mientras nosotros nos tallamos los ojos esforzándonos por seguir despiertos. Es difícil no sentir rencor contra los que duermen en ese momento, una especie de celos mal disimulados.

En estas noches hay siempre algunos compañeros que son muy apreciados: el café, la música, las lámparas de escritorio y los otros que se están desvelando con nosotros, ya sea encerrados también en la oficina hasta terminar el trabajo o en sus propias casas luchando por terminar su parte de la presentación para el día siguiente. La fama del café como sustancia que excita la mente y los nervios es a veces exagerada, eso lo sabe bien cualquiera que se haya desvelado y haya tomado el negro néctar esperando despabilarse para seguir trabajando: casi siempre sólo conseguimos respirar un poco más rápido pero el sueño sigue pesando sobre nuestras cabezas y colgándose de los párpados.

Por otro lado, algunos precisan de Tchaikovski para concentrarse cuando necesitan terminar algo a prisa, otros buscarán black metal para seguir despiertos y algunos otros a su intérprete favorito sea quien sea; pero en los últimos años ha ganado fama un pequeño género musical de internet, el así llamado lo–fi, casi especializado en capturar la esencia sonora de una situación concreta de la vida cotidiana, desde desvelarse para un examen, pasando por la hora del baño en la mañana, esperar en la fila de las tortillas y hasta llegar a contemplar el cielo durante la madrugada sin ninguna explicación. Desde este humilde espacio, postulamos la utilidad durante las noches de trabajo o de estudio de otro pequeño género:   el postrock.

Sobre las lámparas de escritorio queda solamente un comentario: se ha determinado que no son útiles para desvelarse trabajando, ya que la luz focalizada en realidad hace que nos dé más sueño.

〈Por otro lado, sí que agradezco los amigos que hice cuando me desvelaba haciendo tarea en la escuela: nos apoyábamos y platicábamos por Facebook, a veces la noche entera, mientras respondíamos cuestionarios y rebuscábamos en los libros; ahora atesoro con cariño esos recuerdos〉.

Cabeceando, casi dormidos, como el estudiante que es visitado por el cuervo de Poe, es difícil saber con exactitud qué estamos haciendo. Qué palabras escribimos en la computadora o si las diferenciales que acabamos de responder son correctas. Leer un libro de Lacan de noche es imposible, a la luz de la luna sus letras se convierten en garabatos; los conceptos de Weber se hacen inaprehensibles y las páginas de gastos en Excel y los informes médicos se van volando por la ventana.

Pero queda todavía mucho por hacer y tal vez encontremos la fuerza para sacudir la cabeza y seguir trabajando y acabar a tiempo y sin tantas erratas, pero otras veces esas fuerzas nos abandonan y ocupamos nuestras reservas para llegar a nuestras camas con la firme determinación de que pase lo que tenga que pasar. Y, por supuesto, a todos nos ha sucedido que la batería se nos acaba de golpe y caemos simples y llanos sobre la mesa y nos quedamos dormidos. Ahí nos sorprende el alba, con la frente entre los papeles, los ojos hinchados y la respiración profunda y relajada.

Es la una y veinte de la mañana y he terminado esta entrada, después de dos tazas de café y mucho jazz. Hora de ir a dormir.

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