sábado, 11 de junio de 2022

Presagios de tormenta.

Para la película con Richard Gere y Diane Lane, v. «Noches de tormenta»〉.

Los cambios en el ambiente y el clima son sutiles, casi siempre difíciles de precisar, y aún así todos nos damos cuenta de cuando ocurren (incluso si no podemos explicarlos). Las variaciones en la temperatura, por leves que sean, los cambios en la iluminación, en la cantidad de luz de sol que se cuela por entre las nubes. La dirección del viento o el sonido de las aves mientras surcan los cielos. El color y la forma de los nubarrones, son todas cosas que presagian cambios, o, dicho de manera menos poética, son parte de esos cambios.

Si vemos el cielo durante el tiempo suficiente, nos daremos cuenta de que es posible apreciar como el azul se hace más intenso a medida que nos acercamos al mediodía, y cómo palidece y se vuelve verde y morado y lila a medida que ser acerca el crepúsculo de la noche. Podremos ver la nubes tornarse níveas, hacerse transparentes y delgadas, revelando su naturaleza etérea;   o convertirse en pesados bloques de hielo que flotan bajos sobre los valles y entre las montañas. Hacerse grises o azules. Las nubes pequeñas y de tul nos presagian días soleados y vientos frescos, el calor del verano y los días que se alargan más allá de las ocho de la noche; pero

Si vemos que se aproximan nubes grises y azules, que se pasean por entre los cerros y las montañas a poca altura y con una apariencia de dureza extraña, parecida a la de la consistencia del algodón de azúcar, entonces tenemos indicadores claros de clima frío, de días nublados, de brisas suaves o tormentas eléctricas. Y vemos los nubarrones coronarse con los rayos y los truenos que retumban en su interior y que por momentos conectan el cielo y la tierra; y son violáceos y morados y blancos —aunque en las películas siempre son azules; ignoro si en otras latitudes o climas sean de ese color.

A medida que las nubes se acercan también somos testigos de cómo el color de las cosas cambia, las paredes, las flores, los árboles, los autos en las calles y las estériles planchas de estacionamiento se hacen pálidas, se cubren de un velo opaco que parece robarles vitalidad. Las casas se oscurecen; las oficinas y los salones de clases se inundan de un vaho denso y extenuante: qué difícil es trabajar o estudiar cuando llueve.

Y sopla el viento, se mueve rápido debajo de las puerta y por entre los muros de la ciudad, trayendo consigo la anticipada humedad de la tormenta: el olor del aire cambia, se hace más espeso y huele a humedad, a vulva, a lluvia, a pétalos de rosa recién estrujados; a los cultivos que reciben el aguacero como una bendición, como la sonrisa sincera de una mujer anciana en la calle.

La temperatura disminuye, el mercurio se contrae en los termómetros, los gatos furtivos buscan refugio, los pájaros se resguardan en sus nidos y los perros se echan en sus camas a medida que la humedad del ambiente se hace más fuerte. Las abejas y las mariposas, siempre vistosas y alegres durante la primavera y el verano, desaparecen de la vista; incluso las flores agachan un poco la cabeza, como buscando cubrirse de los goterones de tormenta.

Por acá y por allá corren los niños y los adolescentes, albergando la esperanza de que en su camino a casa los sorprenda en la calle la lluvia elemental; esperan correr bajo los truenos, saltar entre los charcos, jugar a las escondidas entre la neblina, besarse bajo la llovizna. Los amantes y los románticos empedernidos abarrotan las terrazas y los cafés, deseosos de contemplar la ciudad bajo la tormenta —cualquier ciudad, no sólo París, Londres o Praga.

Y, por fin, luego de la espera y de toda la anticipación de que hemos hablado, las primeras gotas de lluvia golpean el piso sonoramente, luego los autos y las plantas y los cristales (cf. «Las gotas en la ventana»). Los árboles agitan sus cabezas; la tierra desprende ese característico olor a tierra mojada [que algunos científicos llaman «petricor»].

〈Y en el verano y durante la sequía, durante los largos y angustiosos meses de agua escasa, la brisa se precipita en el suelo como lágrimas y su frescura y su consuelo son recibidas por todos con júbilo y los brazos abiertos; como cura contra la asfixia y el calor, como beso en la frente de los cultivos〉.

Algunos se resguardan de la lluvia —y hacen bien porque las gotas caen al suelo llenas de la contaminación que flota en nuestro aire y se vuelven ácidas y terribles para la piel—, unos cierran puertas y ventanas, otros dejan que el aire de lluvia invada sus hogares, muchos corren para evitar mojarse, otros desisten de hacer carrera con el clima y se resignan a empaparse (Gene Kelly, por supuesto, bailaría y cantaría). En cualquier caso, he aquí a la tormenta,   largamente anunciada.

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