viernes, 10 de diciembre de 2021

La noche en vela

Sobre el insomnio, Bertrand Russel escribió que «la gente que es desdichada, como la que duerme mal, siempre se enorgullece de ello»; y yo creo que tiene razón, por el sencillo hecho de que los que dormimos mal disfrutamos hablar de ello («anoche sólo dormí dos horas», «ay, no aguantas nada, tengo años con insomnio»); y es lo que vamos a hacer ahora:

Y habría que empezar por lo obvio: el insomnio es malo para la salud; el sueño es un elemento constitutivo de la vida humana, todos necesitamos dormir y más que eso, hacerlo bien. Las repercusiones que tiene en las habilidades cognitivas, la digestión, la piel, el cabello, &c., son innegables y las ojeras carecen de atractivo físico —para desgracia mía—. Ahora bien, dormir es [también] un placer. Nada como una buena noche de sueño luego de una jornada larga; el tacto envolvente de las sábanas, la frescura de la almohada, el claro de luna por la ventana, el canto de los gallos; sentirse descansado y satisfecho antes de volver al ruedo de nuevo.

Pasarse la noche en vela, como decimos de forma coloquial, tiene un lugar especial en nuestra imaginación: los poetas, los enamorados y los tristes se pasan la noche en vela, le suspiran a la luna, componen obras maestras mientras otros duermen. Hay cierto misterio en ver una ventana iluminada en una ciudad fría en la madrugada. Lo cierto es que los poetas, los enamorados y los tristes también necesitan dormir y muchas veces necesitan más horas de sueño que la mayoría. Casi siempre los insomnes son personas con muchos pendientes, con montones de asuntos que atender y las preocupaciones de la vida que se resisten a guardar silencio. Casi siempre los insomnes son personas que están cansadas, que necesitan dormir, pero que no pueden hacerlo. (O niños que tuvieron acceso precoz a internet).

A veces, el velo de Nix no nos trae el sabor del sueño. Los colores cambian con el crepúsculo, las calles se ensombrecen, los grillos tocan y el aire fresco se mete debajo de las puertas. Las gallinas y los perros se echan, los lobos y los tigres regresan a sus cubiles, los pájaros revolotean sobre sus nidos y el llanto inoportuno de los recién nacidos atraviesa las paredes. Ha caído la noche y nos encuentra en nuestras camas, mirando el techo y moviendo los dedos de los pies. Las cortinas bailan con el rocío, los ronquidos del vecino vibran a través del muro, una patrulla enciende su sirena a lo lejos y un perro aúlla;

La hora de dormir acostumbrada ya ha pasado y comienza un incipiente dolor de cabeza, un ojo que lagrimea, como si los párpados pidieran cerrarse. De momento, el calor bajo las sábanas sube, la espalda suda, haciendo la pijama pegajosa. Las falanges de las manos se entorpecen, se hacen rígidas;

Las vértebras cervicales duelen, resintiendo la falta de movimiento —o la mala posición, un mal propio de nuestros tiempos—. Y la ansiedad comienza a aumentar: nos asalta el pensamiento de lo mal que nos vamos a sentir a la mañana siguiente por no haber dormido el tiempo que estamos acostumbrados; pensar en el dolor de cabeza que produce desvelarse nos produce dolor de cabeza. A estas horas tardías nuestros sentidos se agudizan, especialmente el oído, que parece percibir todos los sonidos del mundo a través de la puerta cerrada de la recámara; que escucha el escurridizo andar de los gatos furtivos y el caminar de las nubes.

Algunos prefieren ver la televisión, el sentimiento de descubrir una película interesante en la madrugada aunque ya esté por terminar es poderoso. Otros consumen lo que nos ofrece YouTube, los videos de Dross son más entretenidos cuando se ven de noche; o Facebook o Twitter o TikTok; o lo que sea que esté de moda ahora. Algunos leen o asoman la cabeza por la ventana para sentir la noche. Cualquier cosa que nos ayude a matar el tiempo hasta que el sueño nos venza o amanezca, lo que suceda primero.

El insomnio es aburrido, porque una parte de nosotros no sabe qué hacer por las noches cuando se supone que estamos durmiendo, pero también llega a ser doloroso (ya hablamos de las jaquecas). Mienten quienes dicen que están acostumbrados, se han insensibilizado tan sólo. Cuando el insomnio se hace hábito llega a abarcar una buena parte de nuestros pensamientos, con el tiempo se crea una habitación enorme en nuestras cabezas, se vuelve omnipresente en nuestras cavilaciones, lo que irremediablemente lo hace omnipresente en nuestra conversación. Hay quienes dicen que el cuerpo habla, cuando no dormimos, el cuerpo nos dice que el descanso es tan necesario como el alimento, el trabajo o el amor.

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BERTRAND RUSSEL. (2003 [1930]). La conquista de la felicidad. 1.ª ed. España: Editorial DeBolsillo.

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