domingo, 15 de mayo de 2022

Libros de segunda mano en venta

Una de las posesiones más preciadas que tengo es un muy pulcro ejemplar de las «Rimas y leyendas» de Gustavo Adolfo Bécquer; y es un librito pequeño, del tamaño y el grosor de un diccionario escolar, de pasta dura en un profundo azul fuerte y cuidadas letras plateadas que ponen el título y el nombre de Bécquer entre un montón de aves que vuelan sin un aparente rumbo fijo. Lo compré por casi nada en una pequeña librería de segunda mano una tarde cuando iba de regreso a casa luego de que me rompieran el corazón en una cafetería unas cuadras más arriba.

No es preciado para mí porque fue barato o porque me sirvió de paliativo, tampoco porque me abrió las puertas del romanticismo español —de hecho ya había leído este libro en la biblioteca cuando decidí comprar mi ejemplar—; sino porque era evidente que se trataba de un libro con historia: una edición de 1986 con un tiraje limitado y algunos cuentos del autor que no son fáciles de encontrar.

He aquí la magia de los libros de segunda mano: han vivido y han sido compañeros de vida. Fueron regalos, compras impulsivas, tareas escolares o un título llamativo y una portada bonita en una vitrina; fueron demasiado costosos o tan baratos como un panfleto cualquiera. En todos los casos, el destino es el mismo: alguien decidió que era mejor dejar el espacio para otros libros nuevos y ahora encontramos a los viejos ejemplares en un estante de exhibición en una pequeña tienda dedicada a los libros que ya han tenido dueño.

Ya hemos dedicado este espacio a hablar sobre el respeto señorial que inspiran los libros (cf. «Los libros en la repisa») y el lugar especial que ocupan en nuestras casas, colocados en sus libreros y repisas, y en nuestras ciudades, en sus bibliotecas y librerías;

Destacamos ahora el aura de misticismo cotidiano que flota sobre las pequeñas librerías de segunda mano (tan apartada del aura de academia y refinamiento que exhalan las librerías de libros nuevos); que se debe no sólo a la imagen de los libros apilados de forma descuidada —y descortés— en sus pórticos, que nos lleva a pensar en los conocimientos enterrados en esa pila, y tampoco se debe tan sólo al olor de las hojas de papel avejentadas, cuyo aroma se parece al de la vainilla, de los granos de café y de los pétalos de rosa secos; estas librerías inspiran misticismo porque uno nunca sabe qué puede encontrarse entre sus pasillos:

La obra de Jacques Collin de Plancy en francés o el Tratado de San Cipriano, el tomo 3.° de «La interpretación de los sueños» de Freud, aunque sin pistas de los otros dos; la primera traducción al español del «Ser y tiempo», volúmenes sueltos de colecciones de muchos temas, un ejemplar de «El asesinato de Roger Ackroyd» al que le arrancaron el último capítulo (y, por lo tanto, la revelación de quién es el asesino) y cientos de ediciones [marcadas y] subrayadas de libros de antropología, sociología, psicología y crítica literaria. Pequeños textos académicos que en versiones nuevas cuestan una quincena de salario, deslustradas portadas de los Mitos de Robert Graves o los Ensayos de Thomas de Quincey o la vida de John Milton o Lord Byron. La correspondencia privada de sor Juana o extensos y cansinos estudios sobre la importancia de Miguel de Cervantes. Una vieja edición de «Platero y yo» (indispensable en cualquier librería del país).

Y entre las páginas de un volumen es posible encontrar toda clase de pequeños tesoros: dinero, dedicatorias, boletos de tren, billetes de lotería, cartas de tarot, calendarios de bolsillo de 1958, servilletas con números de teléfono y hasta cartas de amor.

Adquirí mi pequeña copia de las «Leyendas» de Bécquer no sólo porque genuinamente me gusta su prosa, sino porque cuando lo encontré debajo de ese montón de recomendaciones del Reader's Digest y al lado de una muy costosa copia del DSM–5, algo de su propia esencia entró en sintonía con la mía, y cuando tomé con ambas manos el libro, supe de pronto que lo estaba buscando.

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