De día o de noche incluso los ruidos leves, los cambios bruscos de temperatura, la presencia de desconocidos y el camión repartidos de gas; son suficientes para despertar los graves ladridos de un perro, incluso de los especímenes más pequeños (que por alguna razón tienden a ser los más ruidosos).
Ahora bien, el clamor de los perros está dotado de una sonoridad especial: de tono grave y largo alcance, viaja a través de las paredes, vibra en el aire, que lo arrastra en veleidosas direcciones. Y sus ecos retumban entre nuestras casas, llamándonos a prestar atención.
Cuando caminamos por las calles sin prestar atención, basta el ladrido de un perro para sacarnos un susto y obligarnos a cambiar de lado en la banqueta. Para algunos, estas mascotas desempeñan la labor de pregoneros o de timbres; alertando de los visitantes, los repartidores y los religiosos que tocan puertas.
O mientras dormimos en la madrugada, los ladridos nos obligan a aguzar el oído; a prestar atención a los rumores de la noche. Los insomnes están, sin duda, acostumbrados a estos ladridos nocturnos que, por alguna razón, ocurren más o menos a la misma hora (cf. «La noche en vela»).
〈Reza una antigua superstición que uno no debe mandar callar a los perros cuando éstos ladran sin motivo aparente a las puertas o a las ventanas durante la noche, ya que están intentando alejar a la muerte〉.
Y en las tardes calladas de los suburbios, en la quietud de las casas a la espera de sus dueños, escuchamos también sus ladridos acá y allá, y nos llegan lejanos y distorsionados, maltratados por el eco.


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