viernes, 8 de abril de 2022

El eco de los ladridos

Los perros han sido compañeros de la humanidad desde la noche de los tiempos. Viajaron con nosotros por los helados parajes del mundo primitivo y nos siguieron incluso a través de los desiertos y los océanos. Cazadores hábiles y guardianes fieros, se mantienen en claro pie de guerra incluso hoy:

En nuestras casas y los edificios de departamentos, todavía moran los perros a la espera de cualquier sorpresa, acaso porque muy en el fondo, su mundo sigue siendo el de los bosques paleolíticos —de forma análoga a ciertas observaciones sobre el cerebro humano que ha hecho Yuval Noah Harari—. Y acaso también por esto es que cualquier perturbación del ambiente pone a los canes sobre aviso.

De día o de noche incluso los ruidos leves, los cambios bruscos de temperatura, la presencia de desconocidos y el camión repartidos de gas; son suficientes para despertar los graves ladridos de un perro, incluso de los especímenes más pequeños (que por alguna razón tienden a ser los más ruidosos).

Ahora bien, el clamor de los perros está dotado de una sonoridad especial: de tono grave y largo alcance, viaja a través de las paredes, vibra en el aire, que lo arrastra en veleidosas direcciones. Y sus ecos retumban entre nuestras casas, llamándonos a prestar atención.

Cuando caminamos por las calles sin prestar atención, basta el ladrido de un perro para sacarnos un susto y obligarnos a cambiar de lado en la banqueta. Para algunos, estas mascotas desempeñan la labor de pregoneros o de timbres; alertando de los visitantes, los repartidores y los religiosos que tocan puertas.

O mientras dormimos en la madrugada, los ladridos nos obligan a aguzar el oído; a prestar atención a los rumores de la noche. Los insomnes están, sin duda, acostumbrados a estos ladridos nocturnos que, por alguna razón, ocurren más o menos a la misma hora (cf. «La noche en vela»).

〈Reza una antigua superstición que uno no debe mandar callar a los perros cuando éstos ladran sin motivo aparente a las puertas o a las ventanas durante la noche, ya que están intentando alejar a la muerte〉.

En ocasiones incluso ladran en grupo, formando una orquesta desordenada, todos los perros de la cuadra alzan sus hocicos para dar alarma sobre algo o protestar por la presencia de algún sonido que ofende sus oídos.

Y en las tardes calladas de los suburbios, en la quietud de las casas a la espera de sus dueños, escuchamos también sus ladridos acá y allá, y nos llegan lejanos y distorsionados, maltratados por el eco.

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