viernes, 1 de abril de 2022

«Contingencias ambientales».

A pesar de que el leitmotiv de este blog es la contemplación de las pequeñas cosas bellas que habitan a nuestro al rededor, es necesario ocuparse de este gran problema: la contingencia ambiental. Vi⁊.: el exceso de partículas contaminantes suspendidas en el aire. Esto es, en los grandes centros urbanos e industriales, donde se realizan grandes emisiones al ambiente, cada tanto se acumulan demasiadas partículas irrespirables en el aire. El concepto de contingencia ambiental forma parte del protocolo de las grandes ciudades del centro de México para responder al exceso de estas partículas: y ojo aquí, el exceso; como si existiera una cantidad no dañina de contaminación en el aire. Más aún, como si el cuerpo pudiera acostumbrarse a respirar esas partículas sin sufrir daños; de tal forma que se sugiere que no es la contaminación en sí misma lo que nos enferma, sino el exceso de ésta.

Hay mucho que puede decirse sobre las causas y las consecuencias de estas «contingencias», pero Juan Carlos Bodoque, el reportero más respetado en la habla hispana, ya lo ha hecho por nosotros: «La nube de humo»〉.

E incluso más aún: la palabra «contingencia» con la que se denomina a estos picos en los niveles de contaminación atmosférica de una ciudad, hace referencia a algo que puede o no suceder, que opera en el terreno de la posibilidad y del azar, o sea, que escapa a la intervención y la voluntad humanas. Lo que es una inexactitud —o una mentira—: son nuestras industrias, nuestra basura, nuestros carros y (dicho sea de paso) nuestra indolencia acerca del tema, los causantes de la situación. Que las partículas contaminantes aumenten en número en el cielo de una ciudad no es accidental, no es contingente, es lo esperado dado el esquema de consumo en el que vivimos.

[No] podemos [no] señalar los vicios de las grandes industrias que no atienden a procesos limpios de producción, ni la indolencia de nuestros gobiernos, que no optimizan ni dignifican el transporte público, que no incentivan el reciclaje, el consumo sustentable o el mantenimiento de áreas protegidas. Pero en medio de todo eso, estamos todos nosotros, los ciudadanos, que preferimos ir en auto antes que caminar —para sobrecompensar el tamaño del pene o los pechos—, que nos desembarazamos de la basura arrojándola en las canaletas en lugar de en un bote, que nos escandalizamos con los datos sobre el calentamiento global pero nunca hacemos nada para contribuir con el cambio.

〈Más de una vez he visto a los viejos quemar basura mientras exclaman con actitud burlona: «dentro de cincuenta años ya no va a quedar ni un pelo de mí», para justificar su desdén por los problemas actuales; por supuesto, ellos no piensan en sus hijos o en sus nietos y en el mundo en el que les tocará a ellos vivir〉.

Y mientras tanto, aquí seguimos, en nuestras ciudades llenas de humo, mirando impasibles como poco a poco nuestro cielo azul se tiñe de gris, como el agua de las nubes se ensucia y mata a los árboles en los parques, como la luz se difumina entre el smog y se hace más densa y caliente. Desde el piso diez de cualquier edificio ya no se aprecia el paisaje, los cerros nevados, los rascacielos, las personas caminando por entre las calles, ahora sólo vemos las nubes marrones que flotan sobre nuestras cabezas, que revolotean en las ventanas y entre las casas, que se meten a nuestros pulmones y que desgastan nuestro olfato.

Es por esto que no podemos sino escribir contingencia entre comillas; se trata de un problema grave, pero que no enfocamos de la forma adecuada, porque seguimos entendiéndolo como un accidente.

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