A pesar de que los gatos no se caracterizan por la lealtad y docilidad de nuestros otros grandes compañeros domésticos, los perros; hay algo en ellos que despierta nuestra fascinación. Su servicio como controladores de plagas nos ha ayudado a entender el porqué comenzaron a convivir con nosotros en primer lugar; pero su carácter hosco y su aire desdeñoso no nos ayuda a entender por qué siguen en nuestras casas.
Porque sí, hay algo de enigmático en un gato o en una gata que se sienta en el alféizar de una ventana y ondea su cola como si bailara con el viento; ante tal espectáculo uno puede pensar en Marco Aurelio recordando sus lecciones estoicas o en Búdica planeando estrategias de batalla. Otro tanto tiene de fascinante verlos corretear por la noche debajo de los automóviles y reunirse en las azoteas, como discutiendo importantes designios. (Y cualquiera que haya tenido un gato sabe que en ningún momento pierden más su aire de gran señor o de gran dama que cuando pelean en la madrugada; porque la agudeza y exaltación de sus chillidos no es muy aristocrática).
Los gatos suelen vivir de noche y dormir de día, cerca de dieciséis horas. Rubén Ardila hizo notar las similitudes que existen entre el ciclo de sueño de los gatos y el ciclo de sueño humano —si mi memoria no falla—. Pero es que, además, viven en un constante estado de alerta: siempre prestan atención a los ruidos a su alrededor, a cualquier movimiento y cambio, observan a las personas y a otros animales, inspeccionan las habitaciones buscando los espacios más seguros, los sitios más altos y los rincones donde esconderse; siempre en plan defensivo, siempre dispuestos a atacar. Porque incluso el más hogareño de los gatos gordos va a defenderse si se siente agredido;
Esta es, a nuestro parecer, la razón por la que ver a un gato dormir despreocupadamente nos inspira tanta calma. Los animales duermen «con el olfato abierto como un ojo», escribió Jaime Sabines. Esto es muy cierto en el caso de los felinos, que darán un salto mortal invertido a la menor provocación. Pero a veces incluso ellos bajan la guardia y dilatan sus miembros mientras descansan, se contorsionan y retuercen protegiendo su rostro de la luz del día.
Y ahí, cuando están hechos nudo en un recodo de la habitación, sobre el refrigerador o adentro de una caja en la que parece imposible que quepan, la visión de su sueño nos inspira tranquilidad, no sólo por el ritmo alargado y cadencioso de su respiración: significa que se sienten seguros, que están confiados y cómodos; no temen ser atacados ni molestados, se reponen de sus correrías nocturnas, de los jugueteos en las azoteas, de la vigilancia contra los perros del barrio.
Su sueño huele a pasto recién cortado y a tierra húmeda, a la frescura de una sábana y la tibieza del sol matutino. Y se siente como una almohada que respira. Nos despierta envidia, porque en el mundo actual es difícil dormir lo suficiente; pero también nos reconforta porque nos recuerda que incluso el más ocupado y ansioso de nosotros puede dormir a pierna suelta, alguna vez.
Muy cierta está narración
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