viernes, 12 de mayo de 2023

A propósito del fin de la contingencia mundial por COVID.


Medité largamente sobre si escribir algo en relación con esta ocasión o si tan sólo dejarlo pasar. El pasado cinco de mayo, la Organización Mundial de la Salud dio por concluida oficialmente la contingencia mundial derivada de la enfermedad; una muy buena noticia, de la que se hizo poco entre la gente.

Para la mayoría de nosotros el 2020 fue un año terrible, marcado por el encierro y la ansiedad, por el cansancio y la incertidumbre. Sin embargo, apenas tres años después aquellas imágenes apocalípticas de gringos peleando por papel de baño y de los europeos haciendo fila para comprar ropa en Zara (¿alguien recuerda cuando pensábamos que los europeos son más educados e inteligentes?) nos parecen lejanas;

Acaso, nos parecen demasiado lejanas, más próximas a un sueño, a un delirio febril —el de una gripe terrible— antes que a las noticias de la tarde. Lo cierto es que la cuarentena, al menos al principio, sí tenía mucho de sueño: la distorsión en la percepción del tiempo, la repetición insistente de los escenarios, los discursos e indicaciones que se repetían una y otra vez, la sensación de vivir algo extrañamente normal.

Y sin embargo, poco a poco, nos las arreglamos para volver a la normalidad, para que esta crisis pasara a la historia, lejos de nuestra vida diaria y lejos de la conversación. 

Ahora que el problema se considera superado casi en su totalidad no nos inunda el ánimo del guerrero vencedor, sino una sutil mueca; hace mucho tiempo que la mayoría de la gente trata de hacer su vida con normalidad y pretende que nada pasó. Pienso que es sólo que la gente está harta del tema y que todo queremos volver a llevar una vida más o menos normal; pero esto nos obliga a plantearnos algunas preguntas: ¿es posible, de hecho, que la vida vuelva a ser la misma?, ¿qué sucede con la gente que perdió a sus seres queridos o sus negocios debido a la enfermedad? Desde este humilde espacio creemos que pretender que nada pasó es un terrible error, nos parece mejor apuntar no a que la vida vuelva a ser la misma, sino a darnos cuenta que en realidad eso no importa: que las cosas no vuelvan ser como antes no significa que no estarán bien, o incluso que serán mejores.

Para ir finalizando, estas palabras de Virginia Woolf:

«En esos espejos —las mentes de los seres humanos—, en esos charcos de aguas intranquilas, donde las nubes se mueven incesantemente, y se forman las sombras, los sueños persistían, y no era posible oponerse a la rara insinuación que cada mujer, hombre, gaviota y árbol, e incluso la blanca tierra parecían expresar (pero si se les preguntara una sola vez lo retirarían): que la felicidad prevalece, que el orden reina, que el bien triunfa...».

Quién sabe qué nos depara el futuro. Hoy, al menos, podemos celebrar que hemos enfrentado un gran obstáculo con valor y fuerza, honrar a quienes se han ido y apuntar a construir un futuro mejor. O, al menos, podemos aspirar a ver a los amigos el fin de semana y compartir una cerveza con tranquilidad y alegría.

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