viernes, 30 de diciembre de 2022

Pies de mármol.

Los meses de frío —cada vez más cortos en la actualidad— se ciernen sobre nuestras vidas como una nube esponjosa y azul: alargan las noches y endurecen los tendones; su beso en la frente nos obliga a buscar la tibieza de las sábanas y el contacto de los seres amados. El clima frío tiene su encanto: la ropa abrigadora, el té caliente, las tardes ventosas, las noches de descanso que se alargan. Por supuesto, también tiene aspectos que nos desagradan: el aumento de enfermedades respiratorias, las dificultades para meterse a la ducha por las mañanas, el extraño impulso de comer helado, el miedo a lavar ropa;

Pero de entre todas estas cosas, destaca la sensación (muchas veces incómoda) de tener las extremidades frías. Las manos y los pies, la punta de la nariz. Aunque ya hemos hablado sobre este tema (cf. «Manos frías») y mencionado como el cuerpo concentra su temperatura en el tronco para proteger a los órganos y eso expone a las extremidades a enfriarse, pero ahora nos centraremos en una variación del mismo tema:

Y es que tener las manos frías puede ser incómodo y hacer que nos apenemos de tocar a otros. Tener los pies fríos en invierno puede ser doloroso, y es que cuando se enfrían dejan de sentirse como parte del cuerpo. La piel y los tendones se endurecen, se congelan como cera seca y esto hace que su sensibilidad disminuya, embotando el sentido del tacto. Este adormecimiento es curioso, se siente como si el propio cuerpo se fundiera con el piso, como hundirse en cemento fresco —probablemente—.

〈Por otro lado, la persistencia de frialdad en las extremidades puede ser indicador de problemas de salud o desencadenarlos〉.

Quedarse mucho tiempo de pie produce esta sensación de frialdad estática, que comienza en la punta de los pies y se extiende despacio,

Asciende por los huesos, hasta los tobillos, siguiendo el camino de las venas y los músculos y es ahí cuando se hace doloroso: la incomodidad se convierte en escalofríos y la sensación de que el cuerpo se endurece entume los pensamientos, el frío tocando la tibia, metiéndose en los huesos.

A veces nos vamos a la cama con los pies fríos y nos encogemos bajo las sábanas, pero la temperatura del resto del cuerpo no basta para calentarnos, el frío se extiende por debajo de la piel. Y uno se siente petrificado sobre la cama, como el príncipe de las cuatro islas cuya historia se cuenta en Las mil y una noches, convertido en estatua de mármol de la cintura para abajo por un terrible maleficio. Uno siente, sí, que sus pies se han convertido en mármol por el maleficio del invierno.

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