viernes, 28 de enero de 2022

Manos frías.

Como todos sabemos, el cuerpo humano se mantiene a cierta temperatura constante para funcionar adecuadamente (y no morir). Ésta, sin embargo, cambia con la edad y el sexo. Más aún, no es la misma en todas las partes del cuerpo: el tronco tiende a mantenerse más cálido que las extremidades. (Acaso por eso resentimos el frío primero en las manos y en las puntas de los pies). Y aunque hay muchos otros factores que indicen en este asunto —y que no puedo explicar en mi calidad de no ser médico—, en general nos encontramos con que las personas con manos frías constituyen una minoría.

〈Por supuesto, esta condición puede ser indicativo de algunas enfermedades que pueden comprometer seriamente la salud, por lo que siempre es importante consultar a un médico〉.

Ahora bien, ir por ahí con las manos heladas [a pesar del clima] puede convertirse en algo incómodo. Más de una vez he escuchado cómo saludar de mano a alguien con el tacto frío es como abrazar una pared, ya que la textura misma de la piel se siente diferente, parecida al látex; se ha dicho también que «manos frías, corazón caliente», aunque el origen de esta expresión no parece muy claro.

En los meses del invierno, durante las tardes ventosas y las noches de azul hielo la sensación de calor abrasa las manos frías, el aire o el agua caliente producen un cierto escozor que inflama y amorata la piel; pero el frío del ambiente no es mucho mejor: se puede sentir cómo los tendones se endurecen, se mueven con esfuerzo, casi crujiendo, como cera seca.

Uno se acostumbra a buscar el calor indirecto para evitar la incomodidad que producen los extremos. Los guantes, la luz del sol, el interior de los bolsillos del pantalón. Las bebidas calientes. Nada mejor que el calor del café, el té o el chocolate; cualquier cosa en una taza que podamos cubrir con las palmas.

Con los pies fríos, resentimos estar en posiciones estáticas por periodos prolongados y los trabajos que precisan de estarse sentado, sintiendo no sólo las puntas de los pies congelarse, sino la baja temperatura trepando por las piernas, entiesando las rodillas.

Con las manos frías uno tiende a pensarlo un poco antes de acariciar la mejilla de la persona amada, de sujetarla durante un paseo por el parque, de acariciar la cabellera de los niños, de palmear la espalda de un amigo, cargar a un bebé.

Sucede, sin embargo, una última cosa curiosa: terminamos por acostumbrarnos al tacto frío, nos divertimos poniendo las manos heladas en la cara de las personas cercanas para incomodarlas, nos relajamos bebiendo cosas calientes, disfrutamos de compartir el calor de la persona amada. Y nos sentimos extraños cuando no tenemos las manos frías.

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