Ya hemos hablado de cómo la anticipación y la espera por esta fiesta es importante para muchas personas, que disfrutan de la comida de temporada y de su colorido, así como de la tradición propiamente dicha.
Entonces llega el cempasúchil y la nube y el moco de pavo, con sus colores intensos y otoñales, con sus aromas, con su fugaz señorialidad, y sabemos que es momento de hacer espacio en casa para construir el altar:
Dependiendo de la región donde nos encontremos, dicho altar tiene tres, cinco o hasta siete niveles, símbolos de la ascensión de la Tierra al cielo, del tránsito por el purgatorio, de la transmutación de la materia o de la trascendencia y la eternidad —como se prefiera—;
Pero en todos los casos, dichos altares se adornan de naranja y morado; con fondos blancos y negros. Se recurre al papel picado y a los ineludibles símbolos religiosos. Así como el agua, la sal (a veces los espejos) y las velas, elementos todos tradicionalmente asociados a la purificación de las almas y la expulsión de los malos espíritus. Y motivos relacionados con el símbolo de la muerte por excelencia: las calaveras. La imagen de La Catrina, las calaveras de azúcar (de alfeñique), los esqueletos bailarines de cartón, las hojaldras con su corona de huesos. También las fotografías de las personas a quienes se dedica el altar. Y el cempasúchil, cuyos pétalos guían a los difuntos hasta el altar.
〈Ya hemos mencionado que preferimos la palabra «altar» antes que «ofrenda» porque destaca el respeto y al solemnidad de la fecha; ofrenda suena a tributo, a obligación, a necesidad; altar tiene ecos sobrenaturales, nos refiere a lo sagrado y la hierofanía y a todo aquello que merece respeto〉.
Y la comida, ¡la comida!, elemento central del altar, cubre todo: las hojaldras, la fruta, el café y los platillos especiales; todo cubierto del humo aromado del copal. Por supuesto, los difuntos no se comen la comida, pero, afirma la tradición, sí se llevan su esencia: los alimentos se quedan sin olor y muchas veces insípidos.
El altar permanece apenas unos días, entre el veintiocho de octubre y el Día de los Fieles Difuntos, el dos de noviembre; durante estos días también se realizan exposiciones en museos, recorridos nocturnos en los cementerios históricos, obras de teatro (en la tradición, cada 1.º de noviembre se presenta en los teatros el «Don Juan Tenorio» de José Zorrilla); y por supuesto, las fiestas de halloween. La algarabía se extiende, más allá de las iglesias y los altares hogareños, discurre por las calles, entre las escuelas, sobre los campos y los parques; una suerte de alegría moderada, de tranquilidad feliz.Entonces, cuando el cempasúchil se marchita y las panaderías dejan de vender hojaldras, no queda sino esperar al siguiente Día de Muertos.


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