viernes, 4 de marzo de 2022

Sentarse a la mesa.

Solemos comer a la misma hora todos los días; acaso las cargas de trabajo excesivas y la enfermedad, así como la cruda y la mala alimentación, son las únicas cosas que pueden obligarnos a romper la regularidad de nuestra hora de comer. El estómago se queja de forma cíclica y tan regular como el alba y el ocaso; nos obliga a poner en pausa la vida para ir a la caza de un plato de sopa, una rebanada de pizza, una tortilla recalentada o la última manzana que queda en el frutero.

Mucha gente come a medias en sus sitios de trabajo, en los largos comedores industriales o hechos nudo a lado de sus computadoras. Otros, arrasados por los dolores y las tragedias, comen afuera de los hospitales y entre los asistentes a los funerales.

Pero aún entonces, comer es un ritual. Sentarse a la mesa está dotado de una cierta forma de religiosidad. Lo hacemos en un cierto orden y con cierta cadencia. A un ritmo, con la televisión o la radio de fondo, con plática amena o sin ella. En familia modesta o multitudinaria, a solas a veces —y pocas cosas nos ayudan a conocernos como sentarnos a solas a la mesa—.

Todos tenemos un sitio favorito en la mesa, un lugar desde el que es posible ver la televisión sin esfuerzo, se tiene el garrafón de agua a la mano o se puede vigilar la puerta. Un espacio en el que, en un todo, nos sentimos cómodos. A veces alguien busca presidir la mesa sentándose en la cabecera; para otros, igual que para Beatriz Pinzón, «la cabecera de la mesa está donde yo esté sentada».

Para las jornadas comunes, utilizamos la vajilla común, la de todos los días. Los platos y vasos que se han deslucido un poco a fuerza de lavarse una y otra vez; que nunca se llenan de polvo porque siempre están en uso —al contrario de las vajillas costosas que se reservan para ocasiones especiales y que terminan por no usarse nunca—.

Algunas personas gustan de esmerarse en disponer la mesa: la adornan con flores o intrincados e inútiles ornatos de madera o metal; extienden manteles y beben agua simple en copas costosas. Otros privilegian la practicidad y la sencillez de un plato limpio y bien dispuesto de comida. En cualquier caso, el eje principal son los platillos listos para ser comidos, humeando en el centro de la mesa, dejando que su aroma inunde el aire del comedor.

Todos ponemos énfasis en cosas diferentes: algunos disfrutan el olor de la comida, otros la conversación, algunos más el sabor de la sal y la mayoría el volumen de lo que se ingiere.

Todos, sin embargo, disfrutamos la comida y reponemos fuerzas con ella;   con las provisiones reabastecidas el ritual se termina, y nosotros regresamos a la carga en la lucha de la vida diaria.

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