jueves, 3 de febrero de 2022

Las palabras «viajero(a)» y «viajante»

La palabra «viajar» tiene una historia difícil de rastrear, proviene de via, término latino para «camino», y viaticum se convirtió en «viaje» a través del catalán y el francés. En última instancia, viajar, realizar un viaje, es pues, andar un camino, moverse de un lugar a otro. Y esta acción, tan simple como compleja, es medular en nuestra historia: las grandes expediciones, los relatos de tierras extrañas y seres fantásticos escondidas en los confines del mundo («el oro de las hormigas» del que hablaba Plinio), las familias que encontraron fortuna lejos de sus patrias y los migrantes que cargan el dolor de la guerra, la enfermedad y el hambre.

Quizá por eso, viajar ocupa un lugar especial en nuestras mentes, le otorgamos un lugar privilegiado entre las acciones que podemos hacer, viajar se convierte en una necesidad (a pesar de la pobre opinión que tenían algunos pensadores de las vacaciones, como Marco Aurelio). Tan es así, que, con sutileza magnífica, nos inventamos dos palabras para referirnos a ello: «viajero(a)» y «viajante»:

El término «viajante» —menos popular— hace referencia a aquellos que viajan no para escabullirse un rato de la vida cotidiana; sino que experimentan así su vida cotidiana. Los vendedores, los hombres (y mujeres) de negocios, los supervisores que recorren las plantas de todo un país verificando las cadenas de producción, los traileros y los marineros. Vi⁊.: aquellos cuyo trabajo es viajar; aquellos que no rompen con su cotidianeidad sólo con hacer una maleta, que no visitan los museos ni las playas cuando llegan a un lugar nuevo. (Aquellos que, acaso, rompen la rutina y descansan y vacacionan cuando pueden quedarse en casa durante un par de días). En este sentido, un(a) «viajante» es alguien que se define precisamente porque viaja, porque esa es su ocupación, como escribió [Arthur] Miller (y de forma análoga a como se puede ser profesor(a), médico(a), ingeniero o comerciante).

Por otro lado, un «viajero» (una «viajera») es alguien que realiza el acto de viajar porque disfruta hacerlo o porque quiere algo que no puede comprarse. Casi siempre, diríamos, viajar significa romper con la cotidianeidad, vivir otra vida —así sea por el espacio de tres días—, empaquetar una parte de nuestra existencia, un jabón chiquito y mucho bloqueador solar. Se viaja de ciudad en ciudad y de la ciudad al campo y del campo a la ciudad y a la playa; se viaja del clima frío al clima cálido, del bullicio al silencio y de las calles tranquilas a los atractivos turísticos; de esta forma, «viajero(a)» significa «aquel(la) que recorre», que explora un lugar, que se fija en sus detalles; que vagabundea. Tal vez por ello, tiene un aire especial, que susurra aventura y hambre por las cosas nuevas. Fueron viajeros el Tobías bíblico, Marco Polo, Juan Ponce de León, Buda, Gilgamesh, Conan, el bárbaro; Mary Shelley y Arthur Conan Doyle —que encontraron así la inspiración para sus libros.

〈Hablamos, así, de dos palabras diferentes no sólo por su escritura, sino que están dotadas de un espíritu distinto, casi antagónico, a pesar de que describen la misma acción, un prodigio del lenguaje y de las cosas que culturalmente nos importan, porque, como decía Borges, «cada lengua produce lo que precisa»〉.

Desde este espacio, nos aventuramos a decir que esta diferencia es fundamental porque romper la rutina es fundamental, porque cambiar el entorno que nos rodea y las cosas que hacemos todos los días nos ayuda a mantenernos relajados y estables.

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