jueves, 30 de diciembre de 2021

La cuenta regresiva

〈Esta entrada no está relacionada con la música de Mecano〉.

El paso del tiempo es un asunto extraño: el crecimiento de los árboles, la sucesión de las estaciones, las fases de la luna, los días y las noches; el crecimiento del cabello y la barba, las canas incipientes, las arrugas cada vez más profundas. Los niños que se alegran de ocupar un lugar en la mesa de los adultos. Las modas que van y vienen y los famosos de moda que vienen pero se niegan a irse. Los vinos que se añejan y los pétalos de rosas que se disecan entre los libros. Las hojas de los libros que adquieren su tono amarillento y los columpios del parque que se herrumbran.   La llegada del año nuevo.

Y vaya que llegar hasta acá no ha sido sencillo. Hasta ahora, nos hemos negado a hablar aquí sobre la pandemia que aqueja a nuestro mundo. Pero sus efectos son visibles y abarcan todos los aspectos de nuestras vidas. En los meses [y años] que hemos luchado con esto, hemos salteado un montón de obstáculos: millones han muerto, incluso después de dolorosas estancias en hospitales y poniendo a prueba a todo el sistema de salud —y lo escribo con todo el respeto que esto se merece—. Otros nos quedamos aquí, con nuestras penas y nuestro luto.

Por supuesto, se han perdido trabajos y la brecha entre clases se ha hecho más profunda. Y los más desposeídos se han llevado la peor parte, para variar.

La pandemia nos ha robado [muchas] cosas: seres queridos y estabilidad, nuestros planes a futuro —que ahora son pasados—. Nuestros trabajos. Nuestra paz y nuestras noches de sueño. Las reuniones familiares y las fiestas. La vida sexual. La cena de navidad y las de graduación. Les ha robado a muchos el último año de la preparatoria.

Con el espíritu del cambio de año (por muy arbitrario que eso sea en realidad), a veces nos atacan como fantasmas los momentos pasados: la conciencia extraña de que el tiempo pasa y de que el año de estreno de nuestra película favorita es cada vez más pretérito. La sensación ineludible de que durante el confinamiento y la cuarentena el tiempo corre y la vida pasa pero nosotros seguimos en el mismo lugar; como ver el agua del río correr o las nubes avanzar sobre un verde valle. (Un día nos despertamos y descubrimos nuestro rostro más avejentado pero nuestra vida igual).

Nos sorprende cómo cambiaron las cosas tan rápido, nos impresiona cómo las mascarillas se volvieron tan importantes, nos sorprende la avaricia de las farmacéuticas y la mezquindad de los gobiernos; el sensacionalismo y la frivolidad de los medios. La sangre fría y poca calidad humana de los antivacunas y de los sacerdotes que recomiendan no usar cubrebocas;   de los que asisten a grandes fiestas. La indolencia de los que no se cuidan, exponiendo a sus ancianos y a sus niños.

Pueden decirse muchas cosas sobre los tiempos que vivimos, hay cosas malas, nosotros sólo hemos enumerado una parte de ellas; pero en la vida nada es negro o blanco. Ni podemos tener alegría perpetua ni puede llover por siempre (como dice Eric Draven). Aún en medio del panorama que vivimos, lo desolador que es por momentos, es posible encontrar [pequeños] destellos de cosas buenas. El encanto de las cosas pequeñas, un regalo que sólo podemos darnos nosotros a nosotros mismos;

Tenemos café americano con azúcar o sin ella, merlot (chardonnay, güisqui en las rocas, tequila), la pizza, ¡los tacos!, la lasaña y el reto de aprender a prepararla, el prozac, las discografías de Gerry Mulligan y Ryo Fukui, el tabaco, las palomitas, el agua fluorada y la pasta de dientes; ¡el jugo de manzana!

Tenemos cosas que sólo son posibles en nuestro momento histórico, que componen nuestro zeitgeist, v. gr.: los anticonceptivos, la poesía de Jaime Sabines, las novelas de detectives, el post–rock, las películas de Wong Kar–wai,   Wikipedia. Los avances médicos. Ediciones económicas de la Divina comedia con los grabados de Gustave Doré, los dibujos de Da Vinci completos, junto a la obra completa de Chopin y las presentaciones del ballet de Moscú disponibles en internet; las videollamadas que nos acercan a los que amamos.

Tenemos el tacto cálido de una mano en la espalda, los ojos que sonríen, las risitas ahogadas de los niños que juegan, los adolescentes que se toman de la mano por primera vez, el gesto amable de los abuelos, la paciencia de nuestros padres; la esperanza de que pronto —muy pronto— una mano nos acaricie el rostro sin temores. Las cosas comunes que erróneamente damos por sentadas.

Tenemos la esperanza en el futuro y el empeño de construir y reconstruir nuestro mundo: la lucha contra la crisis climática, los luchadores por los derechos humanos, la conservación de la vida salvaje, la conciencia de reducir emisiones de carbono, la conquista de los derechos de los trabajadores, el derecho de las mujeres a decidir. La victoria definitiva sobre la pandemia y el derretimiento de los polos.

Por ello, desde este pequeño espacio, queremos terminar el año con estas palabras de Séneca:

¿Por qué desfallecemos? ¿Por qué desesperamos? Podemos hacer todo lo que se ha podido hacer: con tal que purifiquemos nuestra alma y sigamos a la naturaleza […]. Volvamos al camino, volvamos a nuestra plenitud: volvamos a fin de soportar cualesquiera dolores que hayan sacudido nuestro cuerpo y digámosle a la fortuna: «te las tienes que ver conmigo: busca a otro a quien puedas vencer».

Un abrazo higienizado para todos.

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LUCIO ANNEO SÉNECA. (2014 [64 (?)]). «Epístolas morales a Lucilio», Libro XVI, n.º 98, en Obras completas. 1.ª ed. Madrid, España: Editorial Gredos.

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