viernes, 26 de noviembre de 2021

El lenguaje de los árboles

El viento mece las ramas de los árboles, agita sus hojas (las derriba, las arrastra por la calle, las lleva volando entre las nubes) y produce el característico rumor de los árboles. El sonido de sus brazos moviéndose, rosándose. Incluso llegan a tocarse entre ellos, como acariciándose con la punta de los dedos; como besar a la mujer amada.

En los parques, en los camellones, en las playas —porque las palmeras también son árboles—, en los bosques y las orillas de las carreteras, el rumor de los árboles es la música de fondo en la orquesta de la naturaleza:

Cantan los pájaros, corretean las lagartijas, cazan los gatos y los armadillos y los mapaches. Incluso aletean las mariposas. Y de fondo siempre el rumor de los árboles, zumba el viento sobre el pasto, entre las ramas y las hojas secas.

En el silencio de la noche, en las tardes perezosas de domingo, bajo el sol del otoño y entre las calles vacías; perdura el rumor de los árboles;

Y hay viejas historias —en la raíz misma del judaísmo y el arte paleocristiano— sobre un lenguaje secreto, hablado sólo por la vida vegetal, ininteligible para la razón humana; escondido en el tañido de las ramas de los árboles. Esto es, el rumor del que hablamos serían, de hecho, los árboles hablando.

Uno puede cerrar los ojos y extender los brazos, bajo la sombra de un roble firme, de un sauce lacrimoso o de una florida jacaranda y sentir el beso del viento en el pecho y escuchar la conversación de los árboles: pausada, cadenciosa, detenida e inaccesible para nuestros oídos. Y a través de esta, penetramos en el ritmo mismo de la vida y de los ciclos de la Madre Naturaleza en sí misma.

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