
He querido comenzar a hablar sobre las palabras recurriendo a uno de mis términos favoritos: «vagabundo». Y es mi [palabra] favorita por el sonido que producen estas letras juntas en este particular orden; tiene algo que me gusta. La forma en la que las sílabas se juntan, va–ga, casi como un balbuceo, un sonido largo y confuso, que se une a otro sonido balbuceante aunque más contundente: bun. Se trata, hasta la penúltima sílaba, de sonidos suaves y curvos, que se encadenan como uno solo. Pero entonces aparece la última sílaba: do. Un sonido fuerte, parecido al de una piedra que cae al agua, que cierra la palabra de forma brusca. Pero esta palabra también puede terminar en «a» y ser femenina y su final ya no es el de una piedra en el agua, sino más bien como el rumor de una rama que golpea a otra movida por el viento.
Pero es que, además, «vagabundo» tiene su raíz en la palabra latina vagari, que nos dio también las palabras «vagar», «divagar» y «vago». Ahora bien, «vagabundo» es españolización de vagabundus, formada de vagus– y el sufijo –bundus (que hace o provoca una acción). Y según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), se refiere a aquel que «anda errante y carece de domicilio fijo y medio regular de vida». Vi⁊.: al hablar de vagabundos, nos referimos de forma directa o indirecta también a todos aquellos que consideramos sospechosos: que son holgazanes u ociosos, ya que no tienen un medio regular (un trabajo estable) de ganarse la vida, o un domicilio donde encontrarlos siempre.
〈No hablamos aquí de las personas en situación de calle, de los homeless, ya que su naturaleza es completamente diferente〉.
Y en nuestros tiempos es común pensar que tanto «vago» como «vagabundo» son palabras despectivas, una forma de insultar a aquellos que no se matan trabajando o que se toman demasiado tiempo para sí mismos mientras caminan por el campo, por el parque del pueblo o las calles de la ciudad. Su holganza y su tranquilidad puede resultarnos sospechosa y su ocio nos parece ofensivo a veces,
Sin embargo, no todos lo piensan así, v. gr.: Vivian Abenshushan dice sobre el vagabundo del siglo XXI, muy diferentes al de siglos anteriores:
[...] Despreocupado y contemplativo, caminante fortuito de las valles y ciudades, el ocioso parece un sobreviviente del paraíso. Para él, la Tierra no es un lugar muerto, reservado a las penurias del trabajo y el desgaste, sino un planeta vivo, palpitante y lleno de misterio donde los hombres y mujeres podríamos vivir como reyes (o, por lo menos, como personas) con sólo advertirlo, en lugar de cargar todos los días con nuestro número de cuentahabientes, empeñados en cumplir obligaciones falsas y rehuyendo nuestra propia (aunque, a veces, perra) existencia. Siento hacia el ocio una gran admiración y una envidia secreta. Me pregunto de dónde habrá sacado su boleto de entrada gratis a las esquinas donde el mundo se escenifica, de qué fuente milagrosa sigue extrayendo tiempo para mirar la ciudad que ya nadie mira [...].
Y, claro está, algo parecido pensaba J. R. R. Tolkien cuando escribió que «ni todo lo que brilla es oro, ni todo el que anda errante está perdido».
Así pues, esta palabra encierra tantos matices y ha cambiado tanto a lo largo del tiempo, que su musicalidad balbuceante y contundente merece pensarse, así sea sólo porque los vagabundos nos incomodan un poco.
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VIVIAN ABENSHUSHAN. (2013). Escritos para desocupados. 1.ª ed. Oaxaca, México: Sur Plus ediciones.

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