jueves, 22 de julio de 2021

La palabra «herrumbre».

En nuestro idioma, hay varias palabras que sirven para describir la «capa de color rojizo que se forma en la superficie del hierro y otros metales, como resultado de la oxidación», el diccionario cita «óxido» —porque esta capa rojiza es óxido de hierro, una reacción química—, «orín» y, la que nos ocupa —otra de mis favoritas personales—, «herrumbre». Que nombra, además, al color de esta reacción.

Y la herrumbre está presente en nuestras vidas desde siempre. Todos hemos visto un clavo oxidado, el rin de un coche que se desgastó, una bisagra que no ha recibido la atención adecuada. Un alambre de púas expuesto al sol y a la lluvia. Las herramientas cuando no se ocupan.

También está presente en los restos de la bicicleta rosa, apenas más grande que una llanta de coche, que se deshace con cada lluvia en la esquina de mi calle. Sé que es rosa porque, por aquí y por allá, tiene todavía cáscaras de pintura que se resisten a caer; pero el resto está cubierto de la inconfundible mancha rojiza, que lo envuelve como el polvo cubre los libros en desuso; como un charco de sangre seca.

Ahora bien, la herrumbre se ve pero también se huele: despide una esencia sanguinolenta —que la sangre tiene grandes cantidades de hierro—, un sabor metálico, de agua hervida o de una cuchara que se juega mucho tiempo en la boca. Y tiene un tacto polvoso, de granos pequeños y más finos que la arena, similar al talco desodorante.

Por supuesto, la palabra proviene del latín, ferrumen, que evolucionó a través del latín vulgar hasta el español que hablamos y que cambió la f por h y le asignó el significado que hemos puesto arriba. Sin embargo, la palabra original no se refería al óxido de hierro, sino que significaba «soldadura» o bien cualquiera cosa utilizada para pegar dos objetos.

Esta transformación del significado es interesante. Pero incluso más interesante es el lugar peculiar que ocupa la herrumbre en el mundo. Es una muestra implacable del paso del tiempo, de la inclemencia de los elementos, del desgaste del olvido. Es reina de las cosas que se amontonan en la caja de herramientas, en el fondo del cajón de la cocina, en las casas abandonadas. Reina de la humedad y del polvo, de los días luengos y calurosos, de las bicicletas desvencijadas. Pero sobre todo, reina de las cosas que no se usan, que se van quedando, que no explotan su potencial.

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