Su aroma flota sobre mi cama y los días soleados casi puedo ver sus ondas a contraluz.
Ahora bien, el aroma del café trae recuerdos. Me hace pensar en mis amigos y en dulces tiempos mejores, bebiendo café en las escaleras de la universidad las tardes de invierno. En cosas buenas y malas. Pienso en el sonido de la lluvia. Pienso en la sonrisa de los abuelos, iniciando las mañanas con un vaso de café —sí, un vaso— y pan tostado. A veces me lleva a pensar en el humo del cigarro bailando una tarde sobre la mesa de una terraza. Pienso en mañanas silenciosas aunque llenas de prisas; pienso en la sobremesa amable y divertida; en las noches de trabajo y tarea y las noches junto a la ventana, esperando el amanecer.
En las noches de sueño, de luengos desvelos y de jazz azul, el aroma del café me transporta y pienso en el cabello de mi amada, en su boca escanciando granos recién tostados —aunque eso no tenga sentido—.
En el aroma del café flotando en la cocina flota el trabajo de cientos o miles, el olor del campo, la tierra en que se cultiva y el agua que nutre cada grano. En el aroma del café flotan los recuerdos y las esperanzas del futuro. Flotan sonrisas y llantos. Flotan muchas vidas. Flota mi vida.

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